martes, 21 de junio de 2011

Indígnate.

Durante estos días, hemos oído, desde la no asistencia, y vivido, desde la barricada, la intensidad de un movimiento, el 15M, que ha hecho plantear y tambalear, sobre cuerda floja y débil, la costumbre acomodada del sistema global que nos define; Parece que algunos padres del mercado y la política, decidieron hace tiempo inventar las reglas de juego, amoldadas a las necesidades no del mercado global sino del mercader sin escrúpulos; no en la defensa de la política sino en la supervivencia del político apellidado necesario y de nombre desconocido. Ahora que los mercados y la banca han deshuesado a la ciudadanía y han dado por hecho que todo seguiría igual, el ciudadano se revela, la gente dice "hasta aquí hemos llegado" y pide que se replantee un sistema que adolece en las cercanas orillas de la muerte.

El sistema mundial se accidentó en el verano de 2008, y nuestros líderes de la derecha, primos hermanos del mercader ahogado en pasta (cocida al dólar al euro o al yen), deciden dar una “manita” de maquillaje al rostro del mortuorio sistema y corresponsabilizar de lo sucedido a los países miembros, con el llamado impuesto revolucionario a las clases sufridoras de la derrama del mercado y del capital.
La banca y el mercado siguen gobernando, sin política y con políticos, la escena pública; aquella que pertenece al ciudadano y se le arrebata a traición, mientras dormía sobre el pedestal de préstamos, viajes al Caribe, y coches de alta gama.

El ciudadano anónimo, se ha revelado contra esta situación; ya no quiere, que su papel en este juego sea el de votar pasivamente cada cuatro años, a millonarios anónimos que no figuran en ningún cartel ni han explicado cuáles serán sus medidas para paliar la crisis, o acabar con la terrible lacra del desempleo. El equilibrio y la lucha por la justicia histórica ampara este movimiento; nacido desde la indignación por un mundo que muere poco a poco y se resiste a un nuevo aire transformador que pide democracia real, justicia social y mayor amplitud de miras.
Éstas son las mismas cosas que reclamaban mis abuelos y mis padres, en la lucha clandestina contra la dictadura de aquel, que descansa hueso y gusano en el Valle de los que cayeron cuarenta años antes de su muerte natural, vestida de canas, nietos y palacios. Y ellos, los parias y los perros flautas del franquismo conquistaron la democracia, el sistema público, la dignidad de aquellos que murieron por soñar y pensar en otro mundo posible.
Ahora toca desarrollar ampliamente esos conceptos, dentro de la normalidad histórica que imparable, proporciona escenarios irremediables de luz o sombra.
Ahora, esa juventud que se definía apática, sin pasión, toma la calle para saldar, pacíficamente, cuentas con banqueros, mercaderes y políticos venidos a menos. Toman la calle para transformas sus aceras, sus vetustas pinturas, sus oquedades grises y consentidas. Toman la calle para pedirnos a la clase política que construyamos una democracia participativa; que estimulemos el compromiso de todo ciudadano en democracia; que creamos en el verdadero poder superior y transformador de la política; que situemos a los mercados en el papel que les corresponde; que la clase empresarial asuma su compromiso social en tiempos de crisis; que los partidos políticos participen, internamente, en una democracia amplia y abandonen las posturas fingidas y la egolatría de los “necesarios”.
Aquellos que nacimos en un país libre y democrático; aquellos que tuvimos más oportunidades que nuestros antepasados; aquellos que heredamos la lucha de tantos ciudadanos indignados con la desfachatez del totalitarismo europeo, con independencia del carnet que poseamos y las creencias ideológicas que tengamos, decimos basta; nos negamos a decir amén, porque ahora nos toca transformar el mundo que nuestros hijos e hijas deben heredar. Nos negamos a una existencia vacía, teledirigida por aquellos que se llenan los bolsillos a costa del hambre y el sufrimiento de la mayor parte de los habitantes de este Planeta. La injusticia ha cabalgado demasiado tiempo por la anchura de este horizonte que nos pertenece.

Quizá no comparta determinadas cuestiones con este movimiento pero, desde luego, uno mi grito a su voz pacífica; uno mi lucha a sus planteamientos de progreso; uno mi aportación, desde la política, a su causa pública. Ahora más que nunca, compañeros y compañeras, ciudadanos y ciudadanas a todas y a todos, nos corresponde conquistar el futuro desde la incertidumbre de un presente menos glorioso.