miércoles, 28 de julio de 2010

Sonrojo.


Los fusilamientos de Alfacar, se convirtieron en el mayor apuro de las fuerzas nacionales en 1936. En aquella cuenta granadina parece ser, descansan los huesos de uno de los más grandes poetas y dramaturgos de la literatura universal: Federico García Lorca.

Federico, grande en la palabra, supo como nadie dibujar a la mujer andaluza en sus obras teatrales; describir el olor matizado de una España cargada de simbología y expectación; aglutinando la estética y su significado más revolucionario.

Han sido muchos los esfuerzos de la Junta de Andalucía por preservar una zona tan importante para el compromiso que el Gobierno de España, mantiene con la Memoria Histórica. Muchas las movilizaciones de las Asociaciones culturales para preservar el espacio y alejarlo de la avidez urbana de promotores y políticos.

Ahora parece que los medios para disuadir la edificabilidad de la zona se dispersan en aguas de borrajas y La Junta de Andalucía se queda sin capacidad jurídica para proteger una zona determinada por la importancia de la dignidad de muchas caras anónimas soslayadas por el paraguas –protector o no- del gran Federico.

En ese 1936, España asistió al secuestro atroz del verbo, a la decadencia de la razón y adoleció de costumbres democráticas visionadas por una República, que en términos jurídicos, podríamos tildar de más avanzada que la propia Constitución de 1978.
Esa Guerra cruel y su posterior encaje civil, es el episodio más lamentable de nuestra historia reciente: Mucha gente murió por defender la inspiración de una España ciudadana y política. Una España desprendida del resorte servil de sus pueblos. Una España comprometida con su futuro, con su cultura y con su capacidad democrática.

Ahora pretenden cubrir de cemento y ladrillo esa parte finita de nuestra esencia más colectiva y unificadora.

Espero que recapaciten y no volvamos a llenarnos de sonrojo por padecer la dolencia del indecente.